Hace solo unos días volví de otra de mis semanas de desconexión gracias al Camino de Santiago. Cada vez soy más consciente de la necesidad que tengo de estos momentos no sólo para desconectar completamente del trabajo sino para reconectar en sentido amplio: otros peregrinos, la naturaleza, mi mundo interior, la tranquilidad, …
Para empezar, tengo que reconocer que tengo una suerte tremenda cada vez que me echo al Camino. El viejo paradigma de que «siempre sales sólo al Camino pero siempre lo terminas acompañado» se ha cumplido cada vez y eso que en esta ocasión no lo tenía tan claro. Mi familia del Camino va creciendo y la forma en la que te hacen crecer es casi adictiva.
Esta vez, Le Chef (Antonio de Madrid), Le Sherpa (Jean Luc de Estrasburgo) y Le Professeur (yo mismo) hicimos una pequeña comunidad del anillo. Respetando nuestras velocidades, nuestros tiempos y nuestros espacios pero cuidando uno de los otros. Y creo que mi rodilla ayudó a eso…
Siempre digo que hacerlo en invierno es especial por la soledad, por el tipo de peregrino que te encuentras y por la gente que te ayuda en el Camino pero nunca había sido más cierto que en esta ocasión. Dan igual las historias que llevas en la mochila, solo hace falta compartir una cocina y cenar algo juntos para unir de una forma especial. Aunque no te vuelvas a ver.
Y la naturaleza. Esa cara algo más dura que te ofrece con el frio, la lluvia, la niebla o la nieve… pero también ese sol de invierno que te recibe para calentar el alma y los pies es una bendición.
Esta vez incluso tuve la oportunidad de hacer algo de «turismo» en Santo Domingo y Burgos para disfrutar de sus catedrales y su cocina.
Cómo siempre, lo peor de todo es despedirte de tus nuevos hermanos. Después de compartir penurias, cafés, cañas e historias se hace muy difícil recoger la mochila y llamar a un taxi para ir a la estación. Les debes algo, les debes seguir compartiendo el sudor y el frio y se te parte el alma no pudiendo acompañarles cuando entren en la Plaza del Obradorio camino de Fisterra. Es la ley del Camino: encuentro, compartir y perdida. Pero esa misma ley es la que fija esos momentos en la memoria como anclas para poder seguir creciendo.
Me quedo con las palabras de Jean Luc: «despacio Le Professeur, despacio… mira, huele, … utiliza los ojos en vez de la cámara. Escucha a tu cuerpo… y vive.»