El año pasado, en pleno agosto, me propuse hacer las dos ultimas etapas del Camino de Santiago Aragonés: Sangüesa – Monreal y Monreal – Puente La Reina. No tenía prisa. Estaban dando un pequeño bajón de temperaturas y parecía que iría bien. Además, había leído algún blog sobre la ruta y tenía buena pinta.
Exacto. Parecía. No recuerdo haber sufrido tanto en una etapa. La primera parte hasta atravesar la Foz de Lumbier no fue mal. De hecho el entorno es espectacular. Pero una vez que la pasé… kilómetros sin sombras, las fuentes espaciadas, los pueblos (o agrupaciones de casas más bien) sin ningún servicio, … en fin, una maravilla.
«El Camino Proveerá»
Pero lo que siempre pasa en El Camino. Llegando a Salinas de Ibargoiti, sin resuello apenas y esperando un bar abierto, me encuentro con una máquina de vending para peregrinos: desde agua, bocatas a productos de higiene femenina… pero… solo acepta monedas!! Y cuantas monedas llevaba yo? Si no hay bar abierto, lo que se pueda.
Ninguna!! Y aquí es donde se cumple la máxima de «El Camino Proveerá»: dos paisanos que andaban limpiando el tractor con una manguera de agua se ofrecen a darme unas monedas para que pueda coger algo. Y no contento con eso, sale corriendo a su casa para no hacerme esperar. Y la gente se pregunta que porqué hago el Camino.
Ya no faltaba nada para llegar a Monreal y empiezan los 2 km más interesantes de la etapa. Todo el rato en el bosque pero ya iba con la reserva y subir el último tramo de escaleras hasta el albergue y tomar algo frío en el bar que regentaba la hospitalera terminó de matarme.
Pero no hay nada que una ducha, una mini siesta y una cena con gente interesante (esa pareja sevillana a la que había ido a ver otro amigo que era el único forofo del Zaragoza en Sevilla… y experto en románico) no pueda arreglar.
Al final, a la mañana siguiente me cogí el autobús a vuelta a Jaca y lo terminaré este invierno algún fin de semana.
Lo prefiero. Siempre.