Una de las cosas que más preocupa al peregrino cuando está cerca de Compostela: volver del Camino de Santiago es cuando empieza el Camino de verdad. Hasta ese momento, la rutina que nos impone cada etapa nos protege en cierta de nuestra vida «real». La vida que nos espera en casa.
Cuando comentamos nuestras razones para hacer el Camino con otros peregrinos, muchas veces aparece los conceptos de «encontrarnos con nosotros mismos», «recuperarnos de una pérdida», «buscar tiempo para pensar», «hacer reset», …
El Camino es un lugar perfecto para reflexionar sobre quienes somos, nuestras prioridades, la vida que vivimos o la que nos gustaría vivir. También es un buen sitio para «elegir reaccionar» de una forma diferente y ver los resultados en un entorno en el que no hace falta justificarse.
Pequeñas lecciones aprendidas al volver de Camino
Durante el Camino, se aprende, quieras o no, a hablar contigo mismo. No hay otra opción. Y más si lo haces en solitario o eliges alguna ruta poco concurrida. Acabas teniendo mucho tiempo para ti mismo. Y es adictivo. Por eso, las primeras semanas después de volver son complicadas debido a la nostalgia de esas sensaciones.
Una vez que se superan esas semanas, lo que sobreviene es empezar a destilar las lecciones aprendidas como estar abierto a esas pequeñas (o grandes) maravillas del destino, apreciar a los que tienes cerca aunque no estén al lado. Y ser optimista, aunque haya momentos que se hagan cuesta arriba (y de esos en este 2020 tenemos unos cuantos). Quizás sea el contacto con la naturaleza, la simplicidad de llevarlo todo en la mochila y ser autosuficiente o el puro contacto con tus compañeros de fatigas pero esas sensaciones te acompañan durante mucho tiempo.
Y sobre todo, empezar a planificar el siguiente aunque esté un poco más lejos de lo que nos gustaría.
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